Piedras y rosas
Deseabas con locura la calma
de una muerte que alejaste durante horas--
con el cuerpo de una mujer para tu jarrón,
botijo, urna...
fuiste el terciopelo rojo de una rosa ansiosa,
floreciendo en su anhelo
por volver a la tierra.
Ahora yaces bajo una lápida--quieta, más allá del frío,
más allá de los voltios azules, más allá
de tu luna pertubadora.
Fuiste una fuente
erguida para su caída. Y tus ojos
dos oscuras piedras de silencio,
desbordándose en un océano
de verso profundo.
Ahora los huesos de tu cuerpo yacen quietos,
areniscos. Y tus dientes permanecen
silenciosos, como guijarros pacíficos,
más allá del bombardeo de las olas insistentes.
Y tú flotas en la blancura
de tu madre huesuda, que con lágrimas
ha puesto estrellas en las cuencas de tus ojos.
S. Plath
de una muerte que alejaste durante horas--
con el cuerpo de una mujer para tu jarrón,
botijo, urna...
fuiste el terciopelo rojo de una rosa ansiosa,
floreciendo en su anhelo
por volver a la tierra.
Ahora yaces bajo una lápida--quieta, más allá del frío,
más allá de los voltios azules, más allá
de tu luna pertubadora.
Fuiste una fuente
erguida para su caída. Y tus ojos
dos oscuras piedras de silencio,
desbordándose en un océano
de verso profundo.
Ahora los huesos de tu cuerpo yacen quietos,
areniscos. Y tus dientes permanecen
silenciosos, como guijarros pacíficos,
más allá del bombardeo de las olas insistentes.
Y tú flotas en la blancura
de tu madre huesuda, que con lágrimas
ha puesto estrellas en las cuencas de tus ojos.
S. Plath